Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
El sociólogo Robert King Merton tomó las palabras de Mateo para hacer referencia a un fenómeno que se daba en muchas áreas de la vida. Merton describió con el efecto Mateo, la menor consideración que recibían los trabajos y las obras de escritores, científicos o artistas no conocidos, en comparación con los trabajos similares en importancia, de otros ya consagrados o famosos. Según este efecto, las investigaciones de científicos jóvenes, o no tan conocidos para la comunidad científica y la sociedad en general, aunque sean mejores que las de sus compañeros ya consagrados recibirán menor cantidad de menciones. Y, además, es posible que sean olvidados o relegados a un segundo plano, ocultos por la sombra del más famoso.
Merton dedujo que la fama y el resplandor de aquellos investigadores reconocidos como brillantes se debía a su carisma, a su reputación o a los efectos devenidos por las responsabilidades que habían tenido al dirigir grupos de investigación. Al contrario, la situación de los “perdedores” se debía posiblemente a la falta de especialización de éstos o a su inestable posición en los grupos de trabajo. Al fin y al cabo, según Merton, para lograr una mayor visibilidad es más importante adquirir un determinado “rol” que el trabajo realizado.
En 1968 Robert K. Merton dio a conocer el efecto Mateo en la revista Science. Para definir y acuñar este término, el sociólogo se basó en el trabajo de una joven investigadora de su grupo, Harriet Zuckerman.
Durante la década de los 60 Harriet realizaba una investigación en el marco de su tesis doctoral. Investigaba las características de la élite científica y, para ello, realizó entrevistas a científicos estadounidenses que habían ganado el premio Nobel. Muchos de ellos le reconocieron que para llevar a cabo sus laureadas investigaciones, habían trabajado codo a codo con jóvenes investigadores que formaban parte de sus grupos de investigación. Y que el trabajo y las aportaciones de éstos habían sido determinantes. Sin embargo, la comunidad científica les había otorgado todo el mérito a ellos. Uno de los entrevistados por Harriet Zuckerman admitió que las menciones y los méritos se adjudicaban de manera un tanto peculiar, ya que sólo se les atribuían a los investigadores con renombre. Quizás, esto se debía, a que una vez leída la lista de autores que habían realizado la investigación, sólo recordamos el nombre de los autores “famosos” y olvidamos al resto.
De todo ello, la socióloga Harriet Zuckerman concluyó que la menor visibilidad de los científicos e investigadores con menor adjudicación de méritos se debía a las relaciones estructurales que se imponían en los grupos de investigación. Con posterioridad adjuntó a este fenómeno “la acumulación de ventajas”. De tal manera, que los científicos con más renombre tienen más facilidades para conseguir financiación para sus investigaciones u ocupar cargos de peso en universidades o demás instituciones. Resumiendo, y volviendo a las palabras de Mateo, “a quien tiene, más se le dará”.
Harriet defendió su tesis en 1965 y los resultados de la misma fueron fundamentales para que Merton identificara, explicara y definiera el efecto Mateo. Sin embargo, el trabajo de Harriet no fue reconocido públicamente por el sociólogo. En 1968 Merton publicó el artículo The Matthew Effect in Science, y el nombre de Harriet Zuckerman aparecía únicamente en las notas a pie de página. Merton y Zuckerman continuaron trabajando juntos y en 1993 contrajeron matrimonio.
Ambos sociólogos trabajaron en el campo de la sociología de la ciencia. Estudiaron la estructura, las relaciones y los procesos de socialización de la comunidad científica, pero no se fijaron en las desigualdades de género que se percibían en la comunidad en la época. 25 años más tarde, en 1993, la historiadora de la ciencia Margaret W. Rossiter sacó a la luz lo ocurrido en el transcurso de la definición del efecto Mateo. Con este ejemplo explicaba y definía la discriminación sistemática que ha sufrido la mujer en el ámbito de la ciencia.
Margaret W. Rossiter definió el olvido consciente y sistemático que habían sufrido las aportaciones de las mujeres científicas e investigadoras haciendo honor al nombre de Harriet Zuckerman y al de la activista en pro de los derechos de las mujeres, Matilda Joslyn Gage, quien fue la primera en hacerse eco de este hecho. De esta manera, la discriminación que han sufrido las mujeres en la ciencia ha sido conocida desde 1993 gracias a Margaret W. Rossiter con el nombre de efecto Harriet/Matilda (aunque hoy en día se conozca como el efecto Matilda).
El efecto Matilda pone de manifiesto no sólo la discriminación sufrida por las mujeres, también refleja la negación de las aportaciones, descubrimientos y el trabajo de muchas mujeres científicas, dando la autoría de los mismos a compañeros de investigación.
Rossiter ha ido recopilando variedad de formas de discriminación: el olvido de las mujeres que firmaban artículos científicos junto a sus maridos; el aislamiento al que se veían sometidas muchas investigadoras en grupos de trabajo masculinos; la atribución de “mala fama” intencionada a mujeres para desprestigiar su trabajo; cientifícas a las que han robado sus descubrimientos; mujeres que han sido apartadas de un puesto de trabajo ante compañeros que ostentaban currículos menos brillantes, o aquellas cuyos nombres no eran registrados completos en las bases de datos científicos, sino con sus iniciales, lo que hacía muy difícil que sus nombres fueran reflejados y reconocidos en los resultados de las búsquedas.
Robert K. Merton eligió un nombre bíblico para definir la sobreestimación que se hace del trabajo de los científicos con reconocimento público. Margaret W. Rossiter se hizo eco de la labor de una mujer del siglo XIX que trabajó en pro de los derechos de las mujeres, para definir la falta de estima y consideración que han sufrido las mujeres en el ámbito de la ciencia.
Margaret W. Rossiter ha subrayado con frecuencia que es necesario reconocer y aceptar que las mujeres han sufrido una discriminación sistemática en la ciencia, para que la historia se escriba correctamante. Sin lugar a dudas, la historia de la ciencia debe recoger las aportaciones y los nombres de las/os científicas/os con imparcialidad, recordando a todas aquellas Matildas que hemos tenido a lo largo de este camino.
1. Merton, Robert K. (1968): The Matthew Effect in Science, Science, vol. 159, no. 3810, 56-63
2. Rositter, Margaret W. (1993): The Matthew Matilda Effect in Science, Social Studies of Science, vol. 23, no. 325-341
3. García Dauder, Silvia (2003): Psicología y feminismo: una aproximación desde la psicología social de la ciencia y las epistemologías, Universidad Complutense de Madrid (Tesis doctoral)
4. Knobloch-Westerwick, Silvia; Glynn, Carroll J and Huge, Michael (2013): The Matilda Effect in Science Communication. An Experiment on Gender Bias in Publication Quality Perceptions and Collaboration Interest, Science Communication, vol. 35, no.5, 603-625. DOI: 10.1177/1075547012472684
Este artículo fue publicado en euskara bajo el título de Emakumeak, zientzia eta diskriminazioa: Mateotik Matilda efektura el 3 de octubre de 2014 en la sección Emakumeak zientzian del blog Zientzia Kaiera.
Un especial agradecimiento a la autora del artículo por traducirlo y permitir su reproducción en Mujeres con ciencia.
Uxune Martinez Mazaga es licenciada en sociología, posgraduada en gestión de recursos y comunicación. Es responsable de la base de datos de la comunidad científica vasca Inguma y colabora con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU en el blog Zientzia Kaiera.
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